La mujer que recorre los senderos empedrados
con escombros, metida entre el espeso follaje de un jardín construido
con materiales reciclables similar a un paraíso de verde exuberante en
el centro de una ciudad que la ignora casi por completo, se levanta a
las 3 de la mañana.
Se llama Rosa Poveda y se comporta como si
fuera una potentada capaz de cualquier exceso con tal de ofrecer lo que
produce su granja ecológica de 1800 metros en el barrio La
Perseverancia.
Rosa, una mujer modesta de 49 años, cambia
hortalizas por basura, regala sus semillas ancestrales, recibe todas las
semanas grandes grupos de niños para capacitarlos en agricultura
ecológica; y de este concierto de gestos sencillos surge, extrañamente,
la multiplicación. La casa construida en guadua crece, las matas crecen;
los excrementos, luego de pasar por su sanitario ecológico (en el que
se mezcla con ceniza, cáscara de arroz y equinaza), se asientan en un
pozo seco y se transforman al año en tierra para cultivar.
El olor de las 150 especies de plantas, que
riega con el agua de un reciente nacimiento que brotó en su lote,
penetra hasta el cerebro, creando la confusa sensación de que se está
lejos, en un mundo suficiente.
“Acá todo es reciclado y ecológico. Yo
estoy en contra de la ley de semillas porque mi abuela le pasó las
semillas a mi mama y ella a mi. Toda la vida las he tenido, Las he
cargado en frascos. Y donde puedo las siembro”, dice Rosita, al
tiempo que afirma que las semillas que no se reproducen, las llamadas
semillas Terminator, son las culpables de casi todas las enfermedades de
una ciudad como esta, que parece un carcinoma en expansión.
Ese terreno, que fue un basurero durante 40
años en el que dormían los indigentes del barrio entre los residuos de
objetos robados, es hoy una isla verde en un océano de delincuencia, una
escuela para niños (Granja Escuela Agroecológica Mutualitas y
Mutualitos) en la que Rosa enseña producción de plántulas y semillas,
construcción en guadua y materiales diferentes al concreto, elaboración
de abonos naturales, lombricultura y cría de especies menores. Su bondad
sin alardes quiere reinventar una vida que, según ella, ha perdido su
ritmo natural.
Como es una mujer humilde y además nunca le ha
importado el dinero, sus amigos economistas le quieren enseñar a
dosificar su buena voluntad, porque temen que sea su nobleza la misma
que la lleve a la ruina. Pero eso, hasta ahora, parece imposible. Y
aunque el reino de su imaginación necesita materia y recursos para
seguir produciendo su imagen de una fantasía en construcción, Rosa sólo
piensa en una cosa: en educar.
http://www.eltiempo.com/bogota/la-mujer-que-hizo-de-un-basurero-uno-de-los-mejores-jardines-de-bogota/14194427
No hay comentarios:
Publicar un comentario