Cuando Mijael Flores, estudiante de séptimo básico de la Escuela América, en Arica, descubrió, junto a su grupo de compañeros del taller de Arqueología, una momia de la cultura Chinchorro de más de 7.000 años de antigüedad, no solo estaba confirmando- con esta evidencia- la riqueza arqueológica y paleontológica del desierto de Atacama, sino también la naturaleza casual del hallazgo, que en otras palabras implica, que el patrimonio arqueológico nacional está al aire libre, ahí al interior del desierto o cerca de la costa donde hace miles de años se asentaba unas de la culturas más antiguas de la humanidad, cuyas evidencias de momificación son 4 mil años más antiguas que las descubiertas en Egipto.
Pero la riqueza patrimonial, según la arqueología moderna, en el desierto de Atacama podría ser más antigua aún. Se habla incluso de evidencias que datan de hasta 12 mil o 13 mil años de antigüedad, es decir de la época en que -según las teorías actuales- comenzó el poblamiento de América tras la migración de Siberia.
En este vasto espacio desértico, donde malentendidamente no habría nada, también existen evidencias de una riqueza paleontológica incalculable y que se remonta a más de 7 millones de años. El hallazgo más reciente de este pasado remoto, fueron los más de 70 restos cetáceos encontrados en el desierto, en las cercanías de Caldera. La mayoría son del período Mioceno y Plioceno, donde habitaban parientes prehistóricos de las ballenas actuales y de otros seres que la literatura fantástica ha bautizado como “monstruos marinos”.
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