En cada sociedad hay discursos o significados preferentes, es decir, que imperan sobre otros. Eso no significa que se impongan sin mediaciones, resistencias o consensos. Los medios hegemónicos son una de las piezas fundamentales para la difusión de esos discursos preferentes. Un ejemplo de ello es el discurso de la “mano dura”, que llega inmediatamente cuando un pobre comete un delito contra alguien de una clase social más elevada. “Un delincuente mató a un ingeniero que se resistió a un robo”, se suele escuchar en los noticieros radiales o televisivos en esos casos. ¿Acaso el hecho es más grave cuando la víctima tiene estudios universitarios o vive en un barrio de clase media? Por lo menos, ése es el mensaje dominante que difunden algunas empresas mediáticas. Pero no sólo existen esos discursos; también están aquellos que sostienen que la mejor forma de combatir la inseguridad es a través de la integración, el fortalecimiento de la cultura y la educación y la igualdad de oportunidades.
En los últimos años vienen tomando fuerza discursos que apuntan a la equidad, a la búsqueda de soluciones profundas y a la redistribución de la riqueza. Es hora de echar por tierra –se entiende por estos días– las políticas pasatistas, cortoplacistas y que no van a la raíz de los problemas. “¿Cómo se le hace frente a la inseguridad?”, es acaso uno de los interrogantes que más preocupa a la población. Una posible respuesta: garantizando que se cumpla el derecho ciudadano a disfrutar de expresiones artísticas y culturales. Ese es el gran fundamento del convenio firmado en diciembre por la ministra de Seguridad, Nilda Garré, y el secretario de Cultura, Jorge Coscia, para impulsar programas conjuntos de prevención del delito y promoción cultural. “A veces un peso invertido en cultura ahorra tres en seguridad”, resume el funcionario el espíritu del programa. En lo concreto, ambas carteras coordinarán una serie de actividades artísticas con acceso libre y gratuito que se desarrollarán hasta fines de marzo en el barrio de Constitución. “La idea es extender el ciclo y ampliar el radio de acción. Constitución es el primer lugar que elegimos porque es un sitio emblemático, pero la intención es implementar acciones en todo el país”, le explica a Página/12 Marcela Cardillo, subsecretaria de Gestión Cultural de la Nación.
El puntapié inicial lo dará el grupo de percusión La Bomba de Tiempo, el viernes próximo a las 19 en la plaza Constitución (frente a la estación de trenes). En tanto, en el mismo espacio, Los Pericos se presentarán el 24 de febrero y Karamelo Santo el 30 de marzo. En paralelo, en la plaza Garay, los domingos de febrero y marzo niños, jóvenes y adultos podrán participar de Hacelo Sonar, un taller de construcción de instrumentos, y de un entrenamiento de hip hop. “La idea no es que sean meros espectadores, sino que puedan participar y expresarse artísticamente”, resalta Cardillo. Habrá, además, muestras de deportes y disciplinas callejeras, clases abiertas de baile, muralismo y serigrafía, ciclos de cine, una biblioteca móvil y exposiciones fotográficas, entre otras propuestas. “Trabajamos por una política en la que la cultura actúe socialmente como reparadora, como generadora de inclusión, de oportunidades, de conciencia ciudadana y de identidad”, fundamenta Coscia. Para ello, los impulsores trabajarán juntamente con organizaciones barriales y comunitarias, quienes conocen a fondo los verdaderos problemas de la comunidad. “Cuando llegamos al barrio no-sotros jugamos el rol de facilitadores, con políticas de promoción y con toda nuestra capacidad de respaldo. La idea es estar presente donde más falta hace”, apunta Coscia y amplía: “Pero no queremos llegar como jesuitas colonizadores, sino apoyar a quienes ya tienen iniciativas y, de ese modo, respetar la multiplicidad de opciones que están apareciendo todo el tiempo en comunidades en las que, a pesar de la falta de recursos, hay un enorme potencial y una enorme voluntad de generar cultura. Son las organizaciones sociales, barriales y comunitarias las que están protagonizando, como actores centrales, el cambio de paradigma social y cultural”. Luego de reconocer los lugares de intervención, el paso más fuerte fue ponerse en contacto y “entablar una relación directa” con los vecinos y las organizaciones de base. De eso se ocupa Ileana Arduino, secretaria de Políticas de Prevención y Relaciones con la Comunidad perteneciente al Ministerio de Seguridad. “La idea también es trabajar con las comunidades que se encuentran insertadas en esa zona, como la dominicana”, cuenta Cardillo. Y sigue: “En definitiva, son ellos quienes viven ahí. Para nosotros es muy importante escucharlos y saber qué piensan, y así tener la mayor efectividad posible. La idea es incorporarlos y que sientan que el espacio es propio”.
El paradigma reinante permite una mejor “butaca” a la cultura a aquellos que cuentan con mayores ingresos económicos. En contrapartida, el actor protagónico de este programa es la clase popular. Dice Cardillo: “El acceso a la cultura es un derecho humano elemental. Eso lo sabemos y lo reconocemos. Entonces, creemos que el Estado tiene la obligación de estar donde los particulares no quieren, no pueden y no les interesa. Tenemos que estar atentos y darnos cuenta de en qué lugar está faltando esta atención”. Esta política de gestión cultural “busca dinamizar la apropiación del espacio público, entendido como un ámbito seguro para la comunidad”. Es que recuperar el espacio público y reconocer a los otros, con sus diferencias, son formas de enfrentar la tan temida “inseguridad”. Una política en esa misma dirección fue la restitución el año pasado de los feriados de Carnaval, que habían sido eliminados por la última dictadura cívico-militar.
¿Quién mejor que un artista para entender las fortalezas de la cultura? Para Gody Corominas, vocalista de Karamelo Santo, “hay que empezar a ver el arte popular como un derecho, no como un lujo. Parte de un gobierno sano es acercarle la cultura a la gente”. Sin duda, el espíritu de la banda está en sintonía con el eje de esta iniciativa: sus canciones versan sobre la identidad mestiza, los ritmos y tradiciones heredados de pueblos originarios y africanos y los sentires de los barrios populares. “Es bueno sentir arraigo por la ciudad, la gente y los iguales –dice Corominas–. Nadie tiene que sentirse ni estar excluido ni marginado. Pero no sólo hay que integrar a la gente de bajos recursos, sino que hay que lograr que la gente de la alta sociedad aprenda a convivir con ellos. Que los dejen de ver como un peligro, como una amenaza. Lo único que nos hace común a todos en todo el mundo es que somos seres humanos.”
En la banda, ellos encontraron su propia “arma” de integración regional y social: la cumbia, la música de los barrios. “Es el ritmo que hermana a todos los pueblos latinoamericanos”, se entusiasma el también percusionista. “Cada uno de los países tiene su estilo de cumbia, cosa que no pasa con otros estilos. Me crié escuchando cumbia, siempre fue algo natural. Desde El Cuarteto Imperial hasta las Wachiturros te das cuenta de que llevamos años con este ritmo y sigue creciendo”, dice el músico. Se intuye, entonces, que el 30 de marzo no faltarán clásicos tropicales como “Nunca”, “Vivo en una isla” y “El garrón”. Pero dos meses antes encenderá sus tambores La Bomba de Tiempo, una de las propuestas musicales más novedosas de los últimos años. “Fue muy interesante que nos invitaran a abrir el ciclo, porque la ‘percu’ llega muy directamente a las personas”, entiende Juan Pablo Francisconi, integrante de La Bomba. “Lo que tiene de novedoso el grupo es que tocamos en los lugares más diversos, sin importar edades ni estratos sociales, y todos se copan de la misma manera; todos tienen la necesidad de bailar y moverse –le dice a este diario–. Como no hacemos canciones conocidas, para disfrutar lo nuestro tenés que escucharlo, cerrar los ojos y ponerte a bailar, no mucho más.”
“Los recitales sirven también para que los vecinos le pierdan el miedo al uso del espacio público, que sientan que pueden disfrutar de la plaza y de un buen espectáculo –reflexiona Cardillo–. Uno tiene la esperanza de que estas políticas sirvan para ayudar a chicos que están en situaciones complicadas de marginalidad y que sepan que hay otras cosas. En general, estas políticas tienen buen resultado, hay que ponerlas en práctica. Por ejemplo, en Medellín han resultado muy bien las orquestas infantojuveniles”. La violencia no es sólo un tema a resolver en el país, sino que está presente en toda Latinoamérica. Y siempre se pueden encontrar buenas políticas para imitar. “Nosotros tratamos de estar atentos a todas las experiencias positivas que hay en todos los lugares. Porque si hay alguna experiencia que ya ha dado buenos resultados, ¿por qué no tomarla y adaptarla a la realidad de nuestro país?”
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